Gales, tierra de contrastes, mezcla sus bellezas naturales con el paisaje industrial. En su seno convergen páramos ondulados, sistemas montañosos glaciares, románticos castillos y antiguas ciudades mineras. También se caracteriza por los interminables nombres de sus localizaciones, su famosa liga de rugby, los coros masculinos de voz meliflua, el particular acento de sus lugareños y las tostadas con queso. Pero dentro de sus fronteras también se sufre una desenfrenada deforestación, la masiva instalación de líneas de torres eléctricas y la sustitución gradual del paisaje minero decimonónico por la industrialización propia de finales del siglo XX. Tras esta extraña mixtura de belleza y fealdad, de añoranza y aflicción, subyace la piedra angular de este país: el galés, que con su fuerza espiritual y de carácter permanece desafiante a pesar de los continuos desaires e intentos de asimilación de la cultura anglosajona desde su unión política, administrativa y económica con Inglaterra hace prácticamente 500 años.