Conoce la cultura de Francia

La cultura es de gran importancia en Francia, un país cuyo pueblo ha acaparado el mercado mundial con su savoir faire urbano y en cuyas calles se respira el orgullo nacional.

La primera muestra destacable de arquitectura gala es de estilo gótico; cuyo origen se sitúa en el norte de Francia, a mediados del siglo XII. Las mejores muestras son, en orden de importancia, las catedrales de Chartres, Reims y Amiens. En la arquitectura y las artes plásticas, el Renacimiento, que apareció por primera vez a finales del siglo XV, fue en gran parte un fenómeno importado, con pocas innovaciones autóctonas. Los escritores locales fueron más intrépidos: Rabelais y Montaigne marcaron una época con sus obras literarias.

En la época barroca, que duró desde finales del siglo XVI hasta finales del siglo XVIII, la pintura, la escultura y la arquitectura se integraron para crear estructuras de gran delicadeza, refinamiento y elegancia. La música de este período influyó en gran medida a todo el continente. Entretanto, Nicolas Poussin se convirtió en el primer pintor francés representante del barroco, y el teatro francés rió con Molière, el dramaturgo cómico más popular de la época.

En el siglo XVIII, Jean-Baptiste Chardin llevó al arte francés la simpleza y domesticidad de los maestros holandeses. Más tarde, Napoleón nombró a Jacques Louis David, un líder de la revolución de 1789, pintor oficial del Estado. David produjo gran cantidad de cuadros, entre ellos el que muestra al dictador revolucionario Marat muerto en su baño. La producción literaria de este período es monopolio de filósofos, entre los que se encuentran Voltaire y Rousseau; en la música, los representantes más destacados fueron los impresionistas Claude Debussy, Maurice Ravel y Berlioz, fundador de la orquestación moderna y productor de óperas y sinfonías que favorecieron un nuevo renacimiento musical.

Victor Hugo es la figura clave del Romanticismo francés del siglo XIX. Por aquel entonces, el Romanticismo evolucionaba hacia nuevos movimientos, tanto en prosa como en lírica; surgieron tres grandes de la literatura francesa: Gustave Flaubert, Charles Baudelaire y Émile Zola, con su controvertida, innovadora y poderosa obra. El poeta Arthur Rimbaud, que rondaba los 37 años, escribió dos obras perdurables en el tiempo: Iluminaciones y Una temporada en el infierno. El escultor Auguste Rodin, considerado por algunos críticos como uno de los más exquisitos retratistas de la historia del arte, reprodujo suntuosas figuras de bronce y mármol. La pintura retratista fue modernizada simultáneamente por Jean Auguste Dominique Ingres y Eugène Delacroix; la pintura paisajista sufrió sus primeras modificaciones de la mano de Jean-François Millet y la Escuela de Barbizon y, posteriormente, de Édouard Manet y los realistas. El trabajo tardío de Manet está influido por la escuela impresionista de Claude Monet, entre cuyos estudiantes figuraban Camille Pisarro y Edgar Degas.

Ya en el siglo XX, el post-impresionismo dio paso a una desconcertante diversidad de estilos. Entre ellos, dos son particularmente significativos: el fovismo, con Henri Matisse, y el cubismo, personificado en Pablo Picasso. A éste le siguió el dadaísmo, cuyos seguidores se comportaban de manera extraña en reacción a la negatividad de la II Guerra Mundial.

Marcel Proust dominó la literatura de principios del siglo XX con su atroz pero exquisita novela de siete volúmenes: En busca del tiempo perdido. Los poetas André Breton y Paul Eluard eran surrealistas militantes fascinados con los sueños, la adivinación y todas las manifestaciones de lo maravilloso. Tras la II Guerra Mundial, se desarrolló el Existencialismo, con Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir y Albert Camus, quien subrayó la importancia del compromiso político del escritor. De Beauvoir, autora de la innovadora El segundo sexo, tuvo una profunda influencia en el pensamiento feminista. A finales de la década de 1950, otros jóvenes escritores comenzaron a buscar nuevas formas de organizar la narrativa; la novelista Nathalie Sarraute, por ejemplo, suprimió las molestas convenciones de los personajes y los argumentos fácilmente reconocibles. Marguerite Duras, que saltó a la fama en 1984 con su novela erótica El amante, empleó una abstracción similar a la de Sarraute, anteponiendo el estado de ánimo a la descripción del personaje.

Las décadas de 1950 y de 1960 supusieron un período innovador en el cine francés; una nueva generación de directores, como Jean-Luc Godard, Alain Resnais, François Truffaut y Louis Malle, irrumpió en escena. La figura del director-autor continuó hasta los años setenta. Para entonces, la nouvelle vague había perdido su carácter experimental y forjó la reputación del cine francés como una empresa intelectual. Los directores más exitosos de la década de 1980 y de 1990 crearon películas originales y de gran impacto visual en las que mostraban lugares poco habituales, historias extrañas y personajes únicos. Los directores más respetados son: Jean-Jacques Beineix, que realizó Diva y Betty Blue, y Luc Besson, que dirigió y escribió El quinto elemento y El gran azul.

Otros autores asociados a este período de la literatura francesa son los filósofos Roland Barthes, Michel Foucault y Julia Kristeva, conocidos sobre todo por sus escritos teóricos sobre literatura y psicoánalisis. En otro orden de cosas, las viñetas de Astérix son también admiradas. Cuando los franceses consiguen apartar sus ojos de las Bellas Artes, se obsesionan con el fútbol, el rugby, el baloncesto y el ciclismo, especialmente con el Tour de France, al que dedican toda su atención. También son populares los juegos tradicionales como la petanca.

El catolicismo es la religión predominante en Francia, aunque la vida religiosa no es lo que era y ya son pocos los feligreses que acuden a la iglesia. Desde que la Iglesia se separó del Estado, en 1905, la vida se ha ido secularizando. Los musulmanes son el segundo grupo religioso mayoritario, seguidos por los protestantes (hugonotes) y una importante población judía.

La gastronomía es un elemento constante en la vida de los franceses; basta considerar algunas de las delicias epicúreas del país para poder apreciar el entusiasmo culinario francés: foie-gras, trufas, roquefort, mariscos, suculentos caracoles recogidos en los viñedos, tartas de fruta, etcétera. Pero no se puede vivir sólo de escargot y de vin de table. La población francesa del norte de África y de Asia ha contribuido en la cocina gala, aportando color y especias a muchos platos.

Un día típico comienza con un tazón de café au lait, un croissant y una fina rebanada de pan generosamente untada con mantequilla y mermelada. La comida y la cena son bastante similares; pueden incluir un primer plato de fromage de tête pâté (cabeza de cerdo en gelatina) o bouillabaise (sopa de pescado), seguido de un segundo plato de blanquette de veau (estofado de ternera en salsa blanca) y, por último, un plateau de fromage (tabla de quesos) o una tarte aux pommes (tarta de manzana). Antes de las comidas, se suele servir un aperitivo, como el Kir (vino blanco endulzado con sirope); el digestif (coñac o brandy Armagnac) se sirve al final. Otras bebidas que ayudan a la digestión y estimulan la conversación son: el café exprés, la cerveza, los licores como el pastís (90% de alcohol, con sabor a anís y primo de la absenta) y los mejores vinos del mundo.