Conoce la historia de Líbano

La abundancia de recursos naturales y de promontorios favorables a las instalaciones portuarias en la costa, junto a las posibilidades defensivas que ofrecen sus tierras altas, han atraído a Líbano -la bíblica tierra de leche y miel- a innumerables conquistadores. De hecho, la historia de esta nación incluye un buen número de oportunistas, saqueadores y charlatanes.

Los primeros habitantes arribaron al litoral libanés hacia el año 10000 a.C.; unos siete mil años después, sus aldeas se habían transformado en prototipos de ciudades. Hacia 2500 a.C., la costa había sido colonizada por pobladores fenicios, que, más adelante, se convirtieron en una de las primeras grandes civilizaciones del Mediterráneo. Los fenicios nunca se unificaron políticamente: su prosperidad se fundamentaba en el resultado de su habilidad comercial y el esfuerzo intelectual que emanaba de diversas ciudades-estado. Además de dominar los mares gracias a su destreza como navegantes y a la superioridad de sus embarcaciones, los fenicios eran artesanos excepcionales y crearon el primer alfabeto.

En el siglo IX a.C., aparecieron los asirios, dando fin al monopolio fenicio del comercio mediterráneo. Posteriormente tomaron el poder los babilonios, quienes, a su vez, fueron conquistados por los persas (vistos por los fenicios como libertadores). El ocaso del pueblo fenicio se consumó en el siglo IV a.C. tras la invasión de Oriente Próximo por parte de Alejandro Magno; en ese momento Fenicia inició una helenización espontánea. En el año 64 a.C., Pompeyo el Grande conquistó el territorio, que pasaría a formar parte de la provincia romana de Siria. Bajo el mandato de Herodes el Grande, Beirut se convirtió en un núcleo importante, y se erigieron templos espectaculares en Baalbek.

A medida que el Imperio Romano se desintegraba, el cristianismo se arraigaba y, ya en el siglo IV d.C., Líbano se encontraba bajo el dominio bizantino, con capital en Constantinopla (actual Estambul). La imposición de las creencias cristianas ortodoxas no fue bien aceptada, así que la llegada de los mahometanos predicando la palabra de Alá apenas encontró resistencia en Líbano.

Los omeyas, primera gran dinastía musulmana, gobernaron Líbano aproximadamente durante un siglo, a pesar de la oposición de judíos y cristianos libaneses, en especial de la secta maronita siria, que se refugió en los alrededores del monte Líbano. En el año 750, los omeyas fueron derrotados por los abasíes, y Líbano se convirtió en un rincón olvidado del Imperio Abasí de influencia persa. Su gobierno permaneció hasta el siglo XI, cuando fue derrocado por la dinastía fatimí que, a su vez, se mantuvo a duras penas en el poder hasta el levantamiento de los cruzados. Si bien su objetivo se focalizaba en Jerusalén, los cruzados avanzaron por las costas siria y libanesa, donde entraron en contacto con los maronitas antes de atacar la Ciudad Santa.

Los musulmanes de la dinastía ayubí controlaron los territorios de Siria, Egipto, Arabia occidental y diversas zonas de Yemen, hasta que, a finales del siglo XIII, fueron destronados por los mamelucos, grupo de mercenarios esclavos que gobernaron Líbano durante unos trescientos años. Desaparecieron con el surgimiento del Imperio Otomano, y líderes tribales libaneses -los emires Tanukhid (drusos) de Líbano Central y los maronitas- formaron alianzas contrapuestas con varias facciones locales.

El sultán otomano Selim I conquistó Líbano en 1516-1517, pero el poder otomano fue socavado temporalmente por el emir de los drusos Fajr al-Din II (1586-1635). Además de ambicioso, al-Din era astuto y políticamente muy hábil, lo que le permitió unificar, por primera vez en la historia, el área que en la actualidad se conoce como Líbano. Tras la ejecución del emir por parte de quienes le habían apoyado, subió al poder su sobrino Ahmad Maan que, aunque no era tan hábil, el imperio otomano le recompensaría por su trabajo con un emirato. Al morir, el gobierno pasó a manos de la familia Shihab, que reinó hasta 1840, año en que las luchas internas pusieron fin a la era de los emires.

En 1842, los otomanos dividieron el área del monte Líbano en dos regiones administrativas: una drusa y otra maronita. Las disputas se produjeron de inmediato entre ambos grupos; este conflicto ya había sido previsto y fomentado por los otomanos, que pusieron en práctica una política de divide y vencerás. En 1845 se había declarado una guerra entre drusos y maronitas, así como entre campesinos y sus señores feudales. Presionados por Europa, los otomanos unificaron la administración libanesa bajo el mando de un gobernador cristiano otomano; como consecuencia, se abolió el sistema feudal. Siguió una época de estabilidad y prosperidad económica, que finalizaría con el estallido de la I Guerra Mundial, cuando, bajo el dominio militar turco, Líbano sufrió una feroz hambruna. En 1922, después de la victoria de los Aliados, la Sociedad de las Naciones confirmó a Francia el ejercicio de su mandato sobre el territorio libanés.

En 1944 se hizo efectiva la independencia de Líbano, transformándose en un importante centro de comercio. Pero existía un problema importante: el poder permanecía en manos de la población cristiana conservadora, y los musulmanes (prácticamente la mitad de la población) se sentían excluidos del gobierno. A esta situación debía añadirse el gran número de palestinos desplazados a estas tierras. En 1975, se declaró la guerra civil entre los palestinos, unidos a la izquierda libanesa, y los falangistas, que contaban con el apoyo de diversas organizaciones cristianas. A lo largo de los dieciséis años que siguieron, complejos conflictos civiles e internacionales, con algunos secuestros que alcanzaron gran notoriedad, se convirtieron en algo habitual.

Este complejo período queda resumido en las siguientes líneas: respondiendo a una petición del presidente libanés, Siria intervino en 1976 para forzar una paz precaria entre musulmanes y cristianos, apoyando a los falangistas y sus aliados; en marzo de 1978 el ejército israelí invadió el sur del territorio libanés y se creó una milicia para proteger al norte de Israel de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP); el consejo de seguridad de la ONU exigió la retirada de las fuerzas israelíes y creó una fuerza interina de las Naciones Unidas para Líbano (FINUL) para sofocar las luchas internas entre cristianos y musulmanes. En 1982, Israel sitió Beirut con el propósito declarado de erradicar a la OLP; además, apoyó a las milicias cristianas en el asesinato de civiles palestinos. Tras un acuerdo entre norteamericanos, libaneses e israelíes, Estados Unidos evacuó a las fuerzas palestino-sirias, y se desplegó una Fuerza Multinacional por Imposición, compuesta de estadounidenses, franceses, británicos e italianos. Tras un acuerdo libanoisraelí (mayo 1983) que establecía las condiciones de retirada de los israelíes, se produjeron enfrentamientos entre drusos, apoyadas por Siria, y falangistas, y entre unidades del ejército libanés y milicias drusas y chiitas. La Fuerza Multinacional sufrió numerosas bajas y se retiró a principios de 1984.

Paulatinamente, los sirios alcanzaron una posición hegemónica en las áreas musulmanas de Líbano, hasta que en 1988, el nuevo gobierno militar libanés trató de expulsarlos. El intento fracasó, y las luchas persistieron hasta la llegada al poder de Elias Hrawi (noviembre de 1989), cristiano maronita moderado en buenas relaciones con Siria. En 1992, los rehenes extranjeros fueron liberados, y las tropas sirias iniciaron su retirada. En agosto de 1992, por primera vez en veinte años, se convocaron elecciones parlamentarias, y los fundamentalistas musulmanes del partido proiraní Hezbolá obtuvieron el mayor número de escaños. Rafiq al-Hariri se convirtió en primer ministro.

Los enfrentamientos entre la milicia chiita Hezbolá y los soldados israelíes continuaron hasta 1993, culminando con la Operación Uvas de la Ira, que supuso el bombardeo israelí de ochenta poblaciones del sur de Líbano. El conflicto estalló de nuevo en 1996, cuando Israel lanzó nuevos ataques aéreos sobre el sur de Líbano y Beirut. La opinión pública internacional condenó las acciones israelíes, y la ONU rápidamente negoció un alto el fuego. Estos prolongados conflictos armados han costado unas 150.000 vidas libanesas y han arruinado al país. En la actualidad, la infraestructura de Líbano se recupera a buen ritmo mientras que la economía lo hace con mayor lentitud. Su gran problema se basa en continuar a merced de unas circunstancias y situaciones en Oriente Próximo que escapan de su control. En las últimas décadas, muchas fuerzas en conflicto en la zona (tanto la OLP como sirios, iraníes, israelíes o la ONU) han utilizado el territorio de Líbano como campo de batalla en pro de sus propias causas.

En 1999, el recién elegido primer ministro israelí, Ehud Barak, se comprometió a la retirada de su país de la zona de seguridad en el sur de Líbano, donde las tropas israelíes y la milicia Hezbolá permanecían enfrentadas. Barak cumplió su palabra en mayo de 2000, a pesar de la inquietud siria por la ocupación israelí de los altos del Golán. Cuando el ejército israelí inició la evacuación de la zona, Hezbolá se introdujo con rapidez, obligando a los soldados israelíes a una caótica retirada bajo un intenso fuego, mientras los civiles libaneses lanzaban piedras y botellas. Una vez se hubo disipado el humo, ingenieros de Hezbolá trabajaron para restablecer la electricidad y el agua, sin las que los civiles libaneses habían vivido durante buena parte de la ocupación. Aunque se espera que las tensiones entre Líbano e Israel se vayan enfriando, lo más probable es que permanezca la inestabilidad en la frontera por algún tiempo.